Al concluir la Mondiacult se presentan al menos tres frentes de abordaje. Uno de ellos requiere reposo para su atención, con vistas al futuro; otro atañe a los acontecimientos evidentes y en el tercero van los no pocos asuntos que quedan en la bruma, ya sea por irresueltos, por la imposibilidad de aprenderlos o en virtud de la natural secrecía que ostentan.
Entre los segundos se encuentra la ausencia de la directora general de la UNESCO tras la apertura. Vale cuestionar si en verdad son tales sus afanes diarios, como las disciplinas del organismo, como para no haber estado codo a codo por unas horas en el campus que convocó. Sencillamente estar, compartir, atender, mezclarse, cooperar con su amigable socialización.
Resulta increíble, aunque para muchos no es motivo de sorpresa, que las inercias y protocolos del organismo no se detuvieran en ajustar ese y otros parámetros de la cita. El hecho excepcional por el paso del tiempo lo ameritaba.
En ese saco va el manejo de las agendas de los ministros y miembros de las delegaciones: debió darse un empeño por mostrarlos lejos del aparador y de las encerronas típicas.
Resultó un desperdicio tener gente que tanto podría haber aportado en diálogos con periodistas, gestores culturales, líderes de ONG’s, entre otros protagonistas del sector cultural del país anfitrión.
Por ello también dentro de lo evidente fue el manejo de las reuniones paralelas a los foros ministeriales. Sin acceso a la prensa, sin estar abiertas, abigarradamente organizadas, convirtieron la Mondiacult en un archipiélago.
A pesar de contar con vastos recursos a mano, los organizadores renunciaron a un staff de reporteros “de casa”. Ello habría permitido comunicados que apoyaran la fluidez de la información ante lo inabarcable de la cobertura para los asistentes.
Reducidos a un vocero, a contados boletines, dejaron escapar la oportunidad de compendiar lo que sucedía con afán testimonial y de estudio posterior.
En los territorios de la bruma quedaron variadas expectativas. Es decir, lo que viene de romper el guion en busca de ventajas comunitarias. No era solo el reclamo indispensable, como predecible, a la posición de Rusia que, en muchos sentidos, por ello fue descafeinado.
Puestos en la exigencia de un alto al calvario de los ucranianos, se dejó pasar el compromiso solidario de relacionar muchos atropellos que se enfrentan para preservar legados culturales. Un oportuno cabildeo de los organizadores hubiera generado mayor énfasis en cómo enfrentar tantos problemas.
Quedaron en brumas las intervenciones de los ministros. Faltó orientación para hacer de sus exposiciones algo más allá de lo que seguramente se puede encontrar en los portales de sus dependencias. Se sintió la necesidad de un plus a un público ávido de encontrar claves.
En este frente, no deja de sorprender la ausencia, en el cacareado tema de la economía creativa, de datos duros. Consistencia financiera y estadística ante el llanto por las graves consecuencias de pandemia.
Sobraron variados talismanes a las industrias, de más los enjundiosos afanes de justicia laboral, exagerada la religiosa búsqueda neoliberal de apoyar la monetización de los creadores. Por ello la presencia de lo global frente a la mundial.
En el caso de los 22 indicadores anunciados por la directora general de la UNESCO, merecieron una de esas islas del archipiélago. Se trata de documento del 2020 ofertado como novedad, sin la apertura para dimensionarlos abiertamente.
En la secrecía quedó el manejo de los criterios para elegir, filtrar e incluso conducir a quienes asistieron. Queda un sabor a “desactivación” por parte de la Secretaría de Cultura, abrazada por el organismo internacional.
Algún día se podrá saber, en esa línea de lo inaccesible, lo que ocurrió con las negociaciones con los Estados Unidos e Israel, para reincorporarse a la organización. Igual del por qué no se adelantó una redacción del anhelado Objetivo 18 del Desarrollo Sostenible.
A su vez, el por qué, ante el escaso juego de la cancillería, el secretario Ebrard tuvo el atrevimiento, en la clausura, de celebrar lo que sabe es a todas luces un fracaso.
Igual podemos ratificar el aniquilamiento del fantasmal “Consejo de Diplomacia Cultural”, como la falta de brillo del Representante ante la UNESCO, Juan José Bremer.
Es claro que los promotores de la Mondiacult deberían ofrecer un balance. Hacerlo podrá ayudar a poner en su justa dimensión lo ocurrido y atenuar el sabor del fracaso.