MEXICALI. Un migrante de temporada entrado el otoño. Es un intento por desviar ciertos caudales para encontrar en una orilla el anclaje reparador. En otros momentos esta franja fronteriza ha sido puerto de sanación. Veremos ahora. El mago de la brújula se ha equivocado tanto, que en avara compensación concede libertades en ciertos episodios del guion.No es santo de mi devoción San Eduardo, pero me lo recordaron. Cayó en jueves una celebración abandonada. No llegaban aún los pasteles, las flores, los besos añorados, cuando en la diferencia horaria leí que había fallecido Alejandro Sandoval.
Vino entonces la estampida de recuerdos. De los muchos años compartidos en la confabulación del activismo por nuestros afanes culturales. Un tiempo que se detuvo abruptamente en el proceso electoral de 2018. Un par de intercambios ríspidos por el correo electrónico, derivados de ciertos criterios míos que le incomodaron.
Siempre le celebré a Alejandro esa parte heredada de su padre, don Víctor Sandoval, la del gestor cultural. Leí algunos de sus libros, sin duda un autor con lugar; nos acompañamos en proyectos distintos, viajamos algunas veces con divertidas aventuras.
Entrañable como polémico, vehemente. También siempre me dije que debía ser aprovechado como servidor público, que seguramente habría sido un legislador brillante en su militancia irrenunciable en el PRI.
Si su altura le singularizaba hasta para gastarle ciertas bromas, su matrimonio con Marianne se convirtió en un sello distintivo de los amores entre poetas, entre una escritora, madre de hijas sensacionales, y un escritor a la vez que experto en legislación cultural y devoto padre.
En ese voltear a mirarlo hacia arriba, variados asuntos de la agenda política de la cultura los comprendí gracias a sus saberes. Hasta el desencuentro que nos incomunicó, tuvo enorme disposición para colaborar en mis empeños reporteriles, como para acercarme a ciertos personajes, al igual que compartimos tantas amistades.
A Alejandro le debo, además, la inclusión de algunos de mis primeros poemas en la antología Ávidas mareas.
En estas semanas Mexicali vive el paraíso de las temperaturas que se acusan templadas, tirando ya frescas. En ellas mi interior intenta atemperarse. En el cálido fresco que hace varios días se acompañó por contados aguaceros, advierto el costo del desencuentro que no fue pleito con Alejandro.
No podré saber si, como pensaba hasta esa mañana del día de mi Santo, un día de estos le hablo, hacemos las paces y nos vamos a comer. Un día.
Releí los correos. Sentí su mirada hacia abajo viéndome, su sonrisa, su enjundiosa voz, como si me estuviera leyendo el mensaje. Si bien tengo algo de su vasta obra, me quedan sus últimas palabras hacia mi persona. No del todo gratas, pero al fin, imborrable testimonio de los quehaceres que nos unieron.