Todos los santos con sus milagros están en la llamada cultura digital. Como lo fueron en su momento los santísimos fuego, rueda, máquina de vapor o la imprenta. La fiebre por encontrar en los negocios basados en las tecnologías oportunidades de empleo así como jauja recaudatoria, suele verse como la mina de diamantes en la película de Tarzán.
Una cosa es mi modesta y hasta ahora fracasada empresa cultural El engrane (si alguna alma caritativa se anima a verla en Facebook, gracias) y otra un emporio como Airbnb. Por ello el Gobierno de la Ciudad de México y la UNESCO son felices en su alianza a favor de una “capital del turismo creativo”. Conmigo, para qué.
Veamos la serie según sus protagonistas. La UNESCO, el pilar de la equidad en el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura no tiene problema en ir de la mano con el gigante gorrón de las rentas placenteramente temporales. Tras el alud de críticas a la confraternidad pública-privada (APP plus), el organismo internacional matiza. Sí pero no. Una vez más el síndrome de la Chimoltrufia.
Pero tal arreglo es lo de menos. Lo que importa es la habilidad fiscal tanto del gobierno federal como del encabezado por la corcholata Sheinbaum a efecto de hacer del cónclave una vía para más frutos impositivos (lástima que la UNESCO no pueda pagar más tributos). Este es uno de los diamantes o del puñado de pedrería: a más Airbnb más gasto-ingreso susceptible de fiscalizarse.
Bien, no es por ahí el juego de los protagonistas. El gobierno citadino reviste de una narrativa floridamente digital la supuesta sagacidad del convenio. Favorecer la “Capital del turismo creativo”, atraer a “nómadas digitales”, a “trabajadores remotos”, “ir más allá de los corredores turísticos tradicionales”, “tomarse el 5% del mercado norteamericano en este segmento” con la deliciosa suma estimada, categóricamente, en 3 mil 720 millones de dólares.
Dicen que, copadas las colonias fifís de la Roma, la Condesa y Polanco, hay que promover que esos geniales jóvenes desarrolladores de actividades laborales a distancia se incluyan como vecinos de otras porciones no menos sexis. Nada menos que en las alcaldías de Gustavo A. Madero, Iztacalco, Venustiano Carranza y Xochimilco.
Así pues, quién dijo que la mina de diamantes no es de todas y de todos. Dueños de casas y departamentos en esos sacrosantos lugares del otrora Distrito Federal, podrán blanquear sus domicilios sobrantes. El negocio no serán ya las rentas afables en el tono de los buenos arrendadores a cualquier ciudadano que pueda pagar.
La voracidad como la usura desplazarán a quienes buscan una vivienda. Eso lo advierten otros actores de la serie. Señalan lo que es: pedrería. Se trata de un fenómeno de “turistificación” de la ciudad, de financiación neoliberal como transnacional que incrementará el desplazamiento de la gente hacia lugares innombrables. Todo por darle espacio al turismo digital, el diamántoli de Benito, en la serie Don Gato y su pandilla.
Este guionista teme por un desenlace predecible. Sin duda, los perdedores no son los analistas que señalan lo infame del convenio que, por lo demás, es un asunto que ocupa a otros países: el contener el dominio de los negocios digitales norteamericanos.
Quedan como estaban los invitados sin querer serlo: los necesitados de acceso a vivienda digna, ya sea mediante salarios que permitan pagar la renta o bien a través de créditos que no comprometan su porvenir. Para eso no está Airbnb. Es chamba de los gobiernos con los insustituibles varones inmobiliarios y necesarios faraones de la banca.
En el final trepidante la UNESCO se zafa ágilmente y el Gobierno de la Ciudad busca, desesperadamente, brindar alternativas a la precariedad laboral como oxígeno a sus finanzas. Eso le es lo importa más a tan corto plazo electoral.
Viene entonces el final feliz: Airbnb sale airosa. Amplía su cartera de ofertas, se regodea en lo que bien caiga, queda a todo dar con todes y se erige como baluarte de los “nómadas digitales”, al fin en mayoría parientes suyos de los Estados Unidos.
Será muy bella estampa ver a esos migrantes con su computadora en una trajinera en Xochimilco o felizmente viandantes por la apacible avenida Lindavista.